Siguiendo al Orfeón Donostiarra en casa

San Sebastián en agosto es una fiesta, y para los melómanos aún más. Además de la Quincena propiamente dicha, siempre un lujo, el Orfeón Donostiarra tiene dos fechas especiales, ambas en la Basílica de Santa María del Coro, que he podido compartir de cerca.
Foto en crónica de Miren Zubimendi (www.noticiasdegipuzkoa.com)
El domingo 14 a las 19:30 tuvo lugar La Salve, en una iglesia a rebosar desde dos horas antes, pues como dicen los del orfeón, antiguos y actuales, "es como nuestro día". El acto religioso oficiado por el obispo José Ignacio Munilla y al que también asistieron miembros del gobierno municipal, lo monopoliza, musicalmente hablando, "el Donostiarra", con antiguos miembros más el Orfeón Txiki, y con el acompañamiento al órgano Cavaillé-Coll de la basílica de dos de sus cuatro titulares, la profesora de Musikene Alize Mendizábal y mi querida Ana Belén García (quienes también tuvieron participación "directa" en la Quincena) con la ayuda siempre necesaria de Gorka Cuesta, y sonando como nuevo en una tierra que tiene tantos "hermanos" con reparaciones siempre necesarias y mucha actividad que es lo que les mantiene "vivos". La mezcla de fervor religioso y musical es única, alternando euskera y castellano con plena normalidad por parte de todos, y una participación multitudinaria, en parte por muchos jóvenes que acuden a la JMJ11.
 
Pudimos escuchar con gran emoción y fervor el Ave María de José María Usandizaga y, cómo no, la Salve, creada por encargo de la Regente Maria Cristina expresamente para ser interpretada en Donostia en esta fecha simbólica al compositor del Vaticano Licinio Réfice, siendo por tanto única y sólo anualmente interpretada, más esa joya de zortzico compuesto por el navarro Felipe Gorriti y Osambela, el Agur Jesusen Ama que también entonaron la mayor parte de los fieles.
El lunes 15 a las 10:30 se celebró la Santa Misa del día grande, la Patrona de todos los donostiarras con los mismos protagonistas, aunque dirigiendo Esteban Urzelai, y pudiendo escuchar, entre otras, la Misa Choralis de Réfice, con un tenor solista que ponía la carne de gallina, y el Ave María de Javi Busto. Esta vez desde el coro y de nuevo participando de emociones únicas más allá de las musicales, que en mi caso son las habituales, con menos problemas de acceso al coro de la basílica gracias a la invitación de Ana Belén (gracias de nuevo).
Dos actos religiosos donde la música forma parte indisoluble del culto, con participación popular que debería hacer recapacitar a más de uno. Claro que la calidad y tradición vasca tiene mucho que ver. Sólo con escuchar y contemplar a los más pequeños cantando con los mayores puede asegurar que hay mucho futuro musical en esta tierra. Si realmente "la envida es sana", la tengo.

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