Un danés en Salamanca

Los últimos coletazos del verano, siempre buscando paisajes, música y amigos, me trajeron a Salamanca donde mi admirado Poul nos ofreció un concierto de órgano memorable por entorno, repertorio y momento. Un instrumento barroco que sigue vivo, con los achaques normales de la edad, con gemidos o registros no deseados en momentos puntuales, pero siempre buscando la mejor combinación sonora para unas obras que son auténticas piedras maestras que sustentarán todo lo que vendría después. Sabia elección de obras y autores que aunaron el órgano ibérico con las raíces danesas, país que admiro también musicalmente, donde el instrumento rey tiene siempre cabida. Primero investigó, después nos dejó un CD en los realejos de la Catedral Vieja del que mi querido Mario Guarda dejó buena crítica en su blog, aunque deba la mía desde hace casi un año, y finalmente el restaurado órgano barroco de la Nueva, siempre con rigor y musicalidad.
Lo escuchado esta vez en Salamanca con el añadido del directo, siempre único e irrepetible, fue buena muestra de compositores y obras bien traídos a esta tierra con la mentalidad de los llamados "latinos del norte" en un órgano que revive sonoridades de antaño con la óptica danesa de un enamorado de nuestra tierra y su música. Dejar referencia es lo menos que puedo, siempre con los enlaces de rigor cuando son posibles, y breves anotaciones personales sobre cada una de ellas, así como la época en que fueron compuestas, que Poul siempre intenta recrear desde su magisterio musicológico:
Pavana con su glosa (Cabezón), siglo XVI y obra de referencia en cualquier concierto de órgano.
Paduana Lachrimae (Melchior Schildt), un danés del siglo XVII vigente en nuestros días, realmente emotiva en interpretación y registros.
Fantasía de 6º tono (Tomás de Santa María), siglo XVI, con adornos muy acertados que no oscurecieron los timbres elegidos.
Intento en FA M (José Lidón), siglo XIX pero con todo el sabor renacentista en un músico bejarano que siempre tuvo Salamanca de espejo y nuestro danés ha hecho casi suya por implicación total.
Rind un op i Jesu navn / Canción con eco (J. B. Lully) sobre un anónimo danés visto desde Francia y España, ambas del siglo XVII, eligiendo tubos de la parte trasera que desde los bancos de la iglesia seguramente disfrutaron más que en mi posición dentro del coro.
Hvo ikkun lader Herren raade (Svend-Øve Moller), una obra danesa del siglo XX nuevamente con tintes renacentistas y barrocos tempranos que resurgen de las sonoridades únicas del instrumento catedralicio con algunos problemas en los ayudantes, no músicos, que obligaron al intérprete a detenerse, tal como se hacía en la época, para encontrar los elegidos en principio.
Todo el mundo en general (Correa de Arauxo), siglo XVII, obra muy querida por Poul que jugó con toda la tímbrica posible sin excesos pero felizmente combinada.
Preludio en Re m. (C. Nielsen), el danés más famoso del siglo XX cuya producción organística no es la más conocida fuera de su patria (frente a otros), y que con el magisterio y respeto hacia el órgano español sonó igualmente "dorada" y podría decir que española.
Obra en I tono de registro de mano izquierda (Pedro de San Lorenzo), siglo XVII, otro exponente del órgano ibérico pletórico en adornos y algo desequilibrado en tímbrica.
Canción glosada (Antonio de Carreira), portugués del XVI para no olvidarnos nunca de la escuela ibérica de órgano que pasaría al Nuevo Mundo donde los archivos catedralicios aún guardan tesoros sin descubrir, y que pudimos paladear en cada una de las "improvisaciones" del tema original siempre bien ornamentadas como era habitual en la época.
Aproximadamente una hora de silencio interior felizmente adornado en cada una de ellas, sin olvidar las referencias a nuestra común y amada Dinamarca con el tributo bien merecido al órgano ibérico. Gracias Poul.
La propina esta vez la tuvimos sin música en un entorno de lujo con las amistades charras y de San Esteban de la Sierra, sin olvidarme de Don Victoriano García Pilo, director de coros de reconocida trayectoria y organista de la Catedral salmantina -con quien deparé largo y tendido de sus escapadas a mi tierra- y sobre todo de la familia Hernández Fraile, más el indescriptible Ángel Pisonero. Siempre un placer.

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