Lágrimas doradas

Viernes 14 de diciembre, 20:00 horas. Conciertos del Auditorio, Oviedo: Coro El León de Oro (LDO), Beatriz Díaz (soprano), Borja Quiza (barítono), Oviedo FilarmoníaMarzio Conti (director). Obras de Sergio Rendine (1954), Debussy y Fauré.
Esta semana estoy bajo de moral por la pérdida de un amigo entrañable que el programa de esta tarde ayudó a mantenerlo vivo en mi memoria, con emociones diversas por muchos motivos y cercanías sobre el escenario.
El auténtico protagonista de la velada fue el coro que dirige Marco Gª de Paz, "El León de Oro" capaz  de afrontar con solvencia, seguridad y musicalidad en cada nota la obra que le encarguen, con el secreto del trabajo duro, un auténtico equipo que disfruta cantando y transmite ese amor coral a la legión de "leónigan" que les seguimos. Volvía a colaborar con la OvFi y no me extraña que se hagan asiduos porque sus actuaciones son siempre únicas.
Esta vez comenzaba el concierto con el estreno de Lamentum in mortem herois del napolitano Rendine, obra sinfónico-coral encargada por la orquesta ovetense, un auténtico "collage" desde un lenguaje actual deudor del antiguo como base, espíritu religioso en letra y música con reminiscencias del Ars AntiqvaLeonin, Perotin, Notre Dame... el origen de la llamada "música moderna", con cuartas y quintas, también el tritono pecaminoso y demoniaco como bien comenta Nuria Blanco en las notas al programa, de una orquestación rica en timbres organísticos donde la percusión y hasta dos gaitas (los directores de la Banda "Ciudad de Oviedo" El Pravianu y Guti fuera de escena) ambientan un medievo casi de película, obra llena de dificultades para todos, especialmente para el coro que con 42 voces sonó presente, rico en matices y recreando una obra que acabará sonando en muchos más escenarios, aunque LDO haya dado a luz esta obra que ruega por el alma de los muertos, con una dirección de Conti en su línea de contagiarnos su ímpetu, y aplaudiendo la idea de encargar obras a compositores de nuestro tiempo como es su compatriota Rendine.
Los tres Nocturnos (Debussy) volvieron a demostrar el excelente momento de la orquesta capitalina que ha dado un salto de calidad desde la llegada del director italiano. Cuidadoso del detalle optó por mimar la tímbrica en todas las secciones, desde unos timbales siempre aterciopelados (alguno que me sigue está pensando la enorme diferencia con "el otro") hasta una cuerda etérea pero limpia, arpas de ensueño: el rondó Nuages realmente blancas, luminosas, el viento como brisa dando sensación global y detallista al mismo tiempo; Fêtes trajo el colorido y la danza, banda de música sinfónica bien trazada (qué poco le gustaba a Don Claudio que calificasen su música de impresionista) y llevadas con decisión por Conti, hasta las Sirènes donde las voces blancas del LDO realmente enamoraron, vocalizaciones dificilísimas con poliritmias perfectas, mar dorado más que plateado para dejar flotando en el ambiente una espiritualidad preparatoria de la segunda parte.
Hay un libro del recordado Federico Sopeña que es de obligada lectura para comprender mejor el de esta triste tarde de viernes: El "Requiem" de la Música Romántica (Rialp, 1965), donde hace un estudio del Réquiem en Re m., Op. 48 de Fauré que no tiene desperdicio (como nada de lo que ha escrito el Padre Sopeña), considerándolo como la más significativa introducción a la música del organista y compositor parisino, emparedado y oscurecido entre el romanticismo y el impresionismo frente a la "apisonadora" de su compatriota Debussy, y tengo que seguir citándolo para poder expresar lo sentido en esta obra que amo desde lo profundo de mi espíritu "mundano" y poco creyente como el propio Fauré, que "sucumbre, no a la sensualidad, sino a un raro espíritu de esa sensualidad que se llama charme, encanto, sugestión para lo más fino y lo más peligroso de lo corporal".
Interpretación nada exagerada, adaptada a los medios y nuevamente el coro como protagonista, deleitándonos desde el Introit et Kyrie, seguro, empastado, celestial, con pianísimos siempre primorosos y fortes contenidos pero potentes como los ataques orquestales, avanzando con paso firme voces graves, blancas que siguen sorprendiendo, tutti, contrastes deslumbrantes sin perder sonoridad con una formación instrumental igualmente poderosa a la vez que delicada. Nueva luz en la entrada de la cuerda del Offertoire con el coro otra vez puro terciopelo vocal, y el tránsito con la primera intervención de Borja Quiza sobre la palabra Hostias, una de las cumbres de Fauré, registro rotundo, lleno, sin sentimentalismos pero sí de expresión que está más allá de lo amoroso-profano, color perfecto para esta obra que Sopeña tilda de "Encanto y austeridad" en el capítulo XI por ir contracorriente y no usar abundantes ni variadas intervenciones de solistas, sólo barítono y soprano. El Sanctus va trenzando esa espiral de coro y cuerda donde la orquesta estuvo plena, casi "parsifaliana", el "organístico" Hossana y el concertino cual remolino y trino final antes del cambio del Benedictus por el Pie Jesu que traería a nuestra asturiana Beatriz Díaz entonándolo como ella sabe aunque Monti optase por la brillantez en vez del recogimiento especialmente acentuado en esta parte de la obra. Emoción contenida e intensidad ajustada de la soprano allerana en su breve intervención.
Volvería el protagonismo coral con el Agnus Dei et Lux Aeterna subyugante, coro celestial recreándose en cada frase y matices, muchos en este número, sin olvidarme del órgano también importantísimo en la vida y obra de Fauré, magistralmente interpretado por el virtuoso Sergei Bezrodny, arrancando el emocionante, profundo y subyugante Libera Me con un Quiza y un LDO capaces de lograr convencernos de una ira de Dios con la orquesta entregada a lo que el compositor pretendía y Monti buscó: "feliz liberación, una aspiración a una felicidad superior, antes que una penosa experencia", final de trayecto In Paradisum, las mujeres angelicales, los hombres sustento, coro divinamente terrenal y último suspiro tras la contención del dolor y la angustia, consecución de una paz interior que sólo la música sinfónico-coral logra.

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